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Periodismo

La soledad hecha pueblo

Por Virginia López Glass

foto de un parque abandonado en La Villa del Rosario en Venezuela

26 de julio de 2024

SumarioLa Villa del Rosario, situada a 100 km de Maracaibo, y famosa por su ganadería, solía encantar a sus visitantes. Sin embargo, secuestros, extorsiones, la colapsada economía venezolana y la falta de servicios básicos han impulsad el éxodo masivo de sus habitantes dejando el pueblo vacío, sus casas abandonadas y sus negocios cerrados.

foto en blanco y negro de la periodista venezolana Virginia López Glass

Sobre el autor/a:

Virginia López Glass

Virginia López Glass ha cubierto Venezuela y América Latina extensamente para medios internacionales. Fue corresponsal senior para Al Jazeera English.

La Villa del Rosario era de esos pueblos que quienes lo visitaban querían quedarse. Ubicado a 100 km al suroeste de Maracaibo, la segunda ciudad más grande de Venezuela, al pie de la Sierra de Perijá y rodeado de sabanas verdes, más que un pueblo agradable, La Villa era una potencia ganadera que por décadas fue el mayor productor de leche y queso del país.

Las personas que siguen viviendo allí me cuentan que se han quedado por razones más bien sobrenaturales. Se refieren a una especie de hechizo que hizo de La Villa uno de los lugares más atractivos de toda Venezuela.

Las personas que siguen viviendo allí me cuentan que se han quedado por razones más bien sobrenaturales. Se refieren a una especie de hechizo que hizo de La Villa uno de los lugares más atractivos de toda Venezuela.

“El que tomaba agua y se desayunaba en el Mercado de La Villa… ¡se quedaba!”, me dijo el ex alcalde Jorge Rincón, padre de dos hijos que ya se marcharon. Hoy el hechizo se ha roto. La gente comenzó a irse de ahí, así como de todo el país. No hay cifras oficiales de cuántos han abandonado La Villa, pero son muchos, y a lo largo de Venezuela ya son más de 7.7 millones en la última década. Esta cifra representa casi un cuarto de la población del país. Eso sin contar a los ciudadanos con dos nacionalidades, los binacionales, que casi alcanza otro millón de migrantes, según la Organización Internacional para la Migración. Es la crisis migratoria más grande que haya vivido América Latina en su historia.

En La Villa vi los efectos de este éxodo en las calles vacías y en decenas de negocios cerrados o funcionando “a media maquina”. Es una soledad que se nota en las casas abandonadas, en parques infantiles con columpios oxidados, y en incontables paredes pintadas con la frase lapidaria: “SE VENDE”.

El mercado donde antes se reunían los ganaderos de la zona hasta tarde en la noche, ahora está cerrado al mediodía. “Es que se fue todo el mundo”, dice Rincón. “Mi hija se fue a hacer un curso de inglés en los Estados Unidos, pero como acá los secuestros estaban cada vez peor, decidió quedarse”, se lamenta al describir la manera en que este éxodo masivo ha transformado a su familia.

Además de los secuestros y extorsiones, el colapso de la economía local y nacional, y la falta de servicios básicos, son algunas de las causas por las que tantos se han ido. Para otros no hubo una sola razón, sino la suma de varias crisis que se sobrepusieron hasta convertirlo en un país sin futuro.

Este 28 de julio habrá en Venezuela elecciones presidenciales. Muchos esperan que si concluyen con un cambio político, muchos de los que se fueron regresen.

“Mi hija me jura que si Maduro pierde el 28, ella vuelve el 29”, dice Mery Martínez, refiriéndose a una posible derrota del presidente Nicolás Maduro, a quien la mayoría de las encuestas da 20 puntos por debajo del candidato opositor, Edmundo González Urrutia.

“Pasar las Navidades con ella sería el mejor regalo que Dios me pueda dar”, dice Mery llorando. “Sin sus hijos nadie está bien”.

Es un sentimiento compartido por todas las personas con las que hablo en La Villa. Pero el retorno de los venezolanos que se han ido también presenta desafíos. Muchos de los problemas que ocasionaron este éxodo masivo siguen sin resolverse. Otros, como la criminalidad, han logrado disminuir, pero podrían volver, ya que la disminución del crimen se produjo precisamente por la partida de muchos delincuentes. Conocer las razones porque la gente se fue permite también entender algunos de los retos que tendría el próximo gobierno.

Según Josefina Toyo de Martínez, La Villa se fue vaciando por oleadas. Josefina es una de esas personas que en los años 60 vino al pueblo por un fin de semana y nunca más se fue. “Me enamoré y me quedé, y aquí tuve a mis tres hijos”, dice mientras me invita a pasar a su casa. Es un hogar vacío de muebles.

De esos tres hijos, dos se fueron. Lo hicieron en momentos y bajo condiciones muy distintas. “El varón - un perito agrónomo- se fue en avión”. Decidió irse después de que en el año 2007 las expropiaciones y los controles de precio destruyeron buena parte del sector productivo y la industria ganadera de la zona que fue la principal fuente de trabajo de esa región.

Fue una destrucción tan profunda que Carlos Márquez, un ganadero del pueblo vecino de Machiques, la describe como “total e irreversible”. “Si yo antes producía 3.000 litros de leche diarios, hoy produzco cero”, dice. “Más nunca voy a producir ni leche ni carne porque, entre otras cosas, me quitaron mis tierras”.

Los efectos que esta destrucción tuvo sobre la economía local son comparables a lo que unos años más tarde sufrió la industria petrolera. Desde que Maduro asumió el poder en el 2013, Venezuela pasó de producir casi 3 millones de barriles diarios a apenas 350 mil barriles diarios en su punto más bajo el 2019. La economía del país con las reservas petroleras más grandes del mundo se contrajo en más de dos terceras partes. Ahí comenzó la segunda ola migratoria.

“Fabiola, mi hija se fue en ese momento”, cuenta Josefina Toyo. La hiperinflación que acompañó este colapso económico la dejó con un salario “de mentira”, y batallando a diario para conseguir alimentos.

“Ella no quería irse, pero tenía una niña chiquita y no le alcanzaba el sueldo para nada”, explica Toyo mientras atravesamos su casa para sentarnos en el patio. Al salir pasamos frente a dos bombonas de gas tan altas como ella. “Aquí las tengo guardadas”, dice, “porque además de no tener luz, tampoco nos está llegando el gas”. Sin proponérselo, Josefina señala otra de las grandes causas de la migración venezolana: el colapso de los servicios básicos que, según dice, volvió su realidad “invivible”.

“Cuando empezamos a quedarnos sin luz por días, de La Villa salían a diario”, asegura sentada bajo la sombra de un mango gigante y acariciando a Toby, el perro que su hija tuvo que abandonar. “Se iban a pie por el Darién”. Al pronunciar el nombre del peligroso istmo panameño que conecta a Suramérica con Centro América, no aguanta más y llora. “Mi hija se fue así, caminando por casi diez días a través de la selva, y yo pensé que no llegaba, que en el camino se me moría”.

A pesar de lo peligroso que es el cruce del Darién, esta ruta es la que más toman quienes se están yendo en la más reciente y dramática de las olas migratorias. Esta tercera ola se inició con la pandemia de la Covid-19 y fue impulsada por las sanciones de los Estados Unidos contra el gobierno de Maduro. Un factor que también incentivó la migración fueron las medidas del gobierno de Biden para proteger a la diáspora venezolana, como el Estatus de Protección Temporal (TPS por sus siglas en inglés) y el parole humanitario.

La hija de Mery Martínez, la misma de quien me dijo que regresaría “al día siguiente si Maduro pierde”, también partió por el Darién, aunque por razones más bien políticas. Yusmery Martínez fue una de las incontables personas que emigró después de las marchas y protestas del 2019, cuando por varios meses los venezolanos se volcaron a las calles para demandar que Maduro se fuera. Su esfuerzo no logro el cambio político que esperaba. Por el contrario, Maduro permaneció más firme en el poder. Desde entonces, los venezolanos han tenido que vivir con las sanciones económicas que Estados Unidos impuso para presionar al gobierno. “Eso hizo que todo empeorara aún más”.

En La Villa también hay personas que con los años han aprendido a beneficiarse del exilio al mismo tiempo que sufren sus consecuencias. A unas cuadras de la casa de Mery Martínez vive Jane García. Su hija, Rosebis Salas de 25 años, se tuvo que ir después de que a su esposo, que es policía, lo amenazaran de muerte. “Como se fue de repente, no pudo llevarse a su hijo”. Ahora, a los 47 años de edad, Jane es “mamá” de su nieto. “Mi hija lo llama todos los días por video-llamada”, me dice secándose las lágrimas, “pero aun así no es fácil para el niño, ni para mí. Ella era mi princesa”.

Pero Jane ha sabido sacarle cierto provecho al éxodo. De un tiempo a esta parte ha comenzado a vender las casas y muebles de los que han partido y ya no piensan volver. “Yo ahora estoy vendiendo como 10 casas de personas que están afuera y necesitan la plata”, me dice más animada. “Hay un señor que regresó después de 5 años en Chile y acaba de comprarme una con lo que ahorró. Entre la comisión de eso y lo que me manda mi hija para mi nieto, estoy bien”.

Jane y yo salimos a caminar por las calles del pueblo. De las 4 o 5 casas que normalmente ocupan una cuadra, al menos la mitad están abandonadas, aunque no todas en venta. Son las de quienes aún tienen esperanzas de volver. Las puertas están selladas, las rejas se han oxidado, y los jardines que antes estaban adornados con flores, ahora son de monte y yerbas.

Pero también veo otras casas con muros de cemento recién vaciado y con puertas de seguridad instaladas hace poco. “Esas son de los que les está yendo bien y mandan plata para arreglarlas”. Si antes La Villa vivía solo de la ganadería, ahora vive del flujo de remesas. El retorno de muchos de los que se han ido, sobre todo si es inmediato, implicaría la pérdida de ese ingreso.

Una victoria electoral de la oposición, no garantiza un verdadero cambio político. Es solo el primer paso que tendría que dar Venezuela para lograr una recuperación que permita volver a los que se fueron, y evitar que otros se vayan.

Una victoria electoral de la oposición, no garantiza un verdadero cambio político. Es solo el primer paso que tendría que dar Venezuela para lograr una recuperación que permita volver a los que se fueron y evitar que otros se vayan.

Tanto los venezolanos que se han ido como los que se han quedado, esperan que el 28 de julio se abra un camino para la recuperación del país. Todos quieren reunirse con sus seres queridos, que las plazas se vuelvan a llenar, que los besos y abrazos sean en persona y no por las pantallas de un teléfono, que las Navidades sean fiestas grandes y que duren hasta el amanecer, como en los tiempos en que La Villa era un pueblo que hechizaba a los visitantes y del que nadie se quería ir.

Josefina Toyo de Martínez cocina plátanos en un air-fryer que compró gracias a las remesas que recibe de su hija, que ahora vive en Dallas. En el pasado Josefina trabajó como cocinera para diferentes familias de La Villa. Llegó a preparar comida para fiestas de más de 250 personas Ya no hay fiestas en el pueblo y solo cocina para ella, su hija y el único nieto que le queda en el país.
Josefina con Toby, el perro de su hija que se fue. “Hay una que solo conozco por la pantalla”, dice de su última nieta que nació en Estados Unidos.
Para las madres de La Villa las video-llamadas se han vuelto la nueva y única manera de ver a sus hijos. Esos breves contactos son parte importante de la rutina de las madres que quedaron en el pueblo, pero no solucionan su soledad profunda.
En un pueblo donde las autoridades no llevan registro de cuantos de sus habitantes se han ido, Mery Martínez lleva la cuenta de cuantos recordando que en su patio las fiestas “empezaban con uno y terminaban con diez”. Hoy ese patio está abandonado. Solo quedó la carcasa de un carro sin arreglar; la maleza que crece sin nadie que la controle.
El nieto de Jane Garcia lleva dos años y seis meses sin ver a su mamá. El niño cuenta cada día.
Este negocio, como incontables casas en la zona, está a la venta. En promedio, una casa en La Villa puede costar 15.000 dólares, pero muchos aceptan 5.000 para poder irse. Sin embargo, en La Villa ha habido una leve recuperación económica producto de las remesas que envían los que están afuera, y algunas de sus casas están siendo remodeladas.
Hasta los colegios funcionan a “media maquina”.

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